miércoles, 30 de abril de 2008

LA OTRA CULTURA




por Miguel Grinberg

'La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tienen el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.'ALDO PELLEGRINI

No es fácil ser joven. Nunca es fácil. Sea donde sea. Especialmente cuando uno se pregunta para qué sirve, para qué va a vivir, en qué va a invertir su existencia. Tarde o temprano la pregunta se implanta en la respiración. Y desde ese,momento es una compañía incómoda, una especie de espina invisible imposible de extirpar.La otra noche sentí algo raro en el estadio Obras, el día del recital que unió a Charly y a Luis Alberto. Cuando al final se juntaron Serú Giran y Jade, cuando Cristálida comenzó a deslizarse en mis oídos, no pude evitar que reaparecieran en mi memoria imágenes del verano de 1973 en Buenos Aires. La cosa se repitió cuando el bis trajo otro tema de la época de Pescado Rabioso.Verano de 1973.

Desde mi programa radial El Son Progresivo habíamos comenzado a organizar reuniones de gente joven en el Parque Centenario. Varios músicos trabajaron bastante en ese proyecto: Luis Alberto, Rodolfo García, Emilio del Guercio. Cada domingo se reunían cerca de 400 jóvenes y se habían armado grupos de afinidad por temas: poesía, teatro, música, psicología, pintura, comunidades. Había exaltación, fraternidad, expectativa. A medida que el frío del otoño se hizo notar, terminamos todos haciendo un fondo común y alquilamos un caserón en Constitución, que se conoció como 'La Casa del Parque'.Los mambos entonces fueron muchos, la confusión se hizo intolerable. Yo no quería ser líder de eso, de nada. Y en agosto anuncié mi retirada. Otros se habían retirado antes. A las tres semanas la cosa se hundió en la nada. ¿Fracasamos? En cierto modo, sí. Porque los planes que habíamos hecho no prosperaron, no fueron más allá de un par de estaciones del calendario. Pero en otro plano, el que nadie organiza, la experiencia del parque le cambió la vida a un montón de jóvenes. Que pese a lo temprano de la experiencia, en un medio tan rígido como el nuestro, intuyeron que era mejor confluir que competir, y eligieron tal cosa para el resto de su vida.

Cuando terminaba aquel verano, al atardecer, di varias vueltas a la plazoleta de reuniones con Luis Alberto. Me contó un secreto: la experiencia Pescado Rabioso se acababa. Cuando oscureció todos hicimos la enorme ronda habitual de despedida. Manos juntas, centenares de manos. Un círculo que abarcaba un enorme pedazo de terreno, y un concreto murmullo de felicidad. Pero igual se incubaban algunos desencuentros.Y Cristálida decía: 'Sombras inútiles en el parque. Los que llamaba no aparecieron. Todo gigante termina exhausto, de que lo observen desde afuera'. Al final del tema, en Obras, Luis corrigió el último verso y dijo duramente 'de que lo devoren desde abajo'.No, el parque no fue inútil.

Hubo después otros parques parciales, efímeros, por mil motivos. No sólo internos sino también externos: la hostilidad ambiente que provoca el mero hecho de que algunos jóvenes se reúnan pare charlar o para intercambiar discos.

En Obras, un rato antes de empezar el concierto, se me acercó a escritor Pancho Muñoz. Una vez me había interrogado acerca de las publicaciones 'subterráneas' y la cultura argentina 'alternativa'. Es algo que hemos debatido también en un programa (Agenda Invisible) que hacemos martes y viernes a las 18.30 por Radio Municipal con varios intelectuales nada complacientes. Y Pancho me dijo: 'Me equivoqué, esto no es underground, esto es otro cultura'.¡Allí está la cuestión!

Durante mucho tiempo nos conformamos con pequeñas porciones de la realidad cultural. Rechazábamos vehementemente todo lo que nos ofrecían y que sentíamos agónico. Pero lo que emprendíamos se confinaba en marcos pequeños, en rumbos breves, en zonas limitadas. Quizás fue necesario, tal vez hayamos necesitado ese largo período de incubación. Fue cierto, como cantó La Pesada del Rock, que cada día éramos más. Que 15.000 jóvenes llenaran el Velódromo Municipal en 1971 para el Festival B.A. Rock, era excitante, placentero.

Pero cuando terminaba la música, cada uno volvía a su isla, a su pequeña casucha de sobreviviente del naufragio, para escuchar algunos discos o leer alguna revista.Cuando empezaron a multiplicarse por correo los boletines de poesía, también brotó el sentimiento de que se estaba ante un acontecimiento. Lo ha sido, en cierta medida. Pero tampoco constituyó la respuesta global a todos nuestro interrogantes. ¿Cuáles son éstos? Ya lo dije al principio: cómo vivir y para qué.

Sobre 1977, el ímpetu del movimiento roquero comenzó a desinflarse. Los músicos, que no son Superman, descubrieron que hasta la canción más hermosa no era suficiente para crear mundos nuevos. Los poetas de los boletines, que no son visionarios, descubrieron que despachaban centenares de copias y raramente alguien les escribía una carta de verdad. Los recitales empezaron a escasear, igual que la plata. Los últimos tres años han sido verdaderamente opacos.¿Es una queja? Para nada. ¿Dónde estaba escrito que siempre íbamos a tener pura fiesta y ningún bajón?

Pero el amor de primavera siguió dando vueltas, en el más crudo invierno de las almas.Me sentí muy cerca de Luis Alberto la otra noche. Pese a que desde que salió mi libro Cómo vino la mano (por el cual Pipo y Jorge le hicieron una especie de 'Juicio sumario' privado un día en el Expreso Imaginario) algo se enfrió en el canal de nuestras comunicaciones. Más allá de que con eso ganen dinero, tanto el reencuentro de Almendra como la reunión de Luis y Charly me impresionan como esfuerzos titánicos para recuperar no solamente el antiguo fervor, sino para ejemplificar la necesidad de que empecemos a juntarnos más acá de la música, fuera de las pavadas y las chiquilinadas divergentes.Somos otra cultura, que no es contra ni anti.

Que a la larga, cuando vaya a parar al panteón la colección de estereotipos culturales que ya no nos nutren, va a constituir una faceta más de la cultura.Por más descangayada, inmadura y balbuceante que parezca, esta otra cultura no es necesariamente 'nueva'. Tampoco interesa tal etiqueta. Pero no empieza ni termina con el rock. Empieza y termina con la poesía.La poesía, como bien afirmaba Aldo Pellegrini, es lo que le cierra la puerta a los imbéciles. Por eso, recuerdo, cuando en 1964 comenzamos a unirnos los poetas latinoamericanos para construir una solidaridad expansiva, Thomas Merton dijo: 'Nos estamos uniendo para defender nuestra inocencia'.

Nuestra inocencia. No somos perfectos, y seguramente no lo seremos. Pero estamos vivos, y en el mundo. Entonces, a partir de la música y el poema tenemos que empezar a dialogar y a inventar rumbos para nuestra energía. No hablo de hacer un partido político, ni de ir a hacer manifestaciones. Hablo de crecer y crear.Uno de los planos en el que se puede llevar esto a la práctica, es el de la autoeducación.

El desafío consiste en que nadie va a hacerlo por uno, y que debe surgir de la suma de estos unos, que —créase o no— 'buscan llenos de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a su ansias'. No es el tango el que se murió, son los tangueros. No es el folklore el que se adormeció, sino gran parte de los folkloristas. No es el rock el que se pudrió, sino un montón de roqueros con vocación de parásitos. No hay más lugar para la queja. El que lamenta, pierde.Vi en privado la segunda parte de La Guerra de las Galaxias. Allí, el maestro Yoda (el que le da la Fuerza a los Caballeros Jedi) dice acertadamente que nuestro mayor enemigo está adentro, en la forma del temor, la ira y la agresión. Tenemos que pacificarnos por dentro: sólo así podremos contribuir a la creación de un mundo pacífico.Y en otra coyuntura, Yoda le dice al discípulo que acaba de contestarle 'Voy a tratar' después de recibir una indicación: 'Tratar no: se hace o no se hace'. La autoeducación se hace o no se hace. No se compra en el supermercado ni nadie la entrega por correo.

Nadie va a tocarte el timbre para regalarte el Nuevo Mundo posible. Vas a tener que trabajar mucho para eso. Y con otros, aunque ya te hayas acostumbrado a hacer el papel de llanero solitario en la película de tu historia particular.¿Qué es esto de la autoeducación? Nada más que sacarse de encima todo lo que no sirve para nada: ideas rengas, slogans marchitos, rencores apolillados, datos descoloridos, sueños oxidados, miedos improductivos, en fin, cosas por el estilo. Y como bien dijo George Bateson, que 'sin contexto, las ideas y las palabras carecen de significado', hay que empezar a reunirse para imaginar el mundo en que se desearía vivir. Y una vez que se tenga alguna claridad al respecto... aquí viene lo mejor... crear ese mundo.¿Cómo se hace? Pues por contagio. Si la familia de uno vive hipnotizada por la tevé, es porque nadie les propuso nunca algo mejor. Debe empezarse con la familia, después se sigue con los vecinos, más adelante con el barrio. Tarde o temprano, habrá que empezar en cada barrio, una biblioteca de la otra cultura, un cine-club, un teatro experimental, conferencias, audiovisuales, mesas redondas.

Hagamos de cuenta que vinimos con Solís y tenemos que establecer donde estemos una colonia. Seamos pioneros, sembradores, gestadores, detonadores, inventores, 'locos derviches con secreto amor terapéutico que no puede comprarse ni venderse'... Nuestra militancia debe ser poética. Vivir y actuar poéticamente es —no entiendo para qué compraste esta revista si estás en desacuerdo— lo mejor que nos puede pasar. Hasta cuando estamos apretados como ganado en el subte. Empecemos a sonreír todo el tiempo, cantemos en voz alta caminando por la calle, hagamos de la otra cultura una epidemia benefactora. Claro que por eso no van a parar de golpe las barbaridades de este mundo. Pero por un lado hay que empezar, y alguien tiene que hacerlo. Vos elegís: ¿sos uno más, o sos uno menos?

Revista HURRA10/1980